El mar se desbarranca sin antología. En shock
rueda su lomo buscando pechos de litoral en vías de desarrollo
El centro del ruido escarcha una bomba invisible con
aleteos de rocas sobre la capital del adormecimiento
Despertamos a medias, miedo en mano y el verano
tarrajeado en el baño, como orando
e hilos de nieve en paracaídas desde todos los cabellos del cielo
Cada quien sus ojos por las ventanas correteados por una carraspera de orejas
Se destituyen la paz y los semáforos
El susto jirón por jirón sacude su capa y da de baja a los guachimanes
La convulsión tiene una Gillette en la boca. El ser humano tiembla
Lima, hora y cuarenta y cuarto, entre trinos de seámoslo siempre
su brazo de tránsito olivo opone una factura
o boleta. Todos corren, pantalones, camisetas con sus números que florecen
cuadrados en el instante del tumulto. La licuadora escapa sin funda
Las rejas se doblegan y se vuelven trancas de agua hirviendo
En pleno trayecto: papá, esta nieve tú la has traído, verdad?Las rejas se doblegan y se vuelven trancas de agua hirviendo
El suelo ancla hasta el pucho del mar, hace una maroma, quizá lo engaña,
le rumorea y como enterrándole siglos de cicatrices
boquea su orilla: no te asustes, no te duermas
Un poco de copo de nieve nueva. Las pestañas sin equipaje han remado tanto…
Caemos, desde nuestro sueño
que huye desnudo por la alcantarilla humeante. El mar resignado
y sin cabellos
escribe nuestro shock.
A la hora del desayuno, Montréal se despedaza
en dos millones de granizos y sus habitantes
sueñan tomarse el día
sueñan tomarse el día
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